Borrachos y decadentes, cuenta Ortega en su España Invertebrada, los visigodos fueron expulsados de toda Europa
hasta que, de portazo en portazo, terminaron por cruzar los Pirineos. Aquí encontraron,
por lo visto, su Magaluf particular.
Al albor del
siglo VIII, estas elites visigodas fueron barridas y expulsadas hacia el norte peninsular por los primeros expedicionarios árabes. Desde una cristología poco arraigada
aún, la población asimiló el nuevo orden sin dificultad. En tiempos de una fe sencilla, cristianos y judíos eran, a fin de cuentas, gentes del Libro. Pero el rumbo de las
presuntas sinergias andalusíes terminaría por truncarse al decaer, nos dice Américo Castro, la magia electrizante de sus caudillos.
Con la unión
dinástica de Isabel y Fernando, asistimos a la primera gran limpieza
político-religiosa: la expulsión de los judíos. Tradicionalmente, las elites
judías no sólo ocupaban puestos relevantes en lo político o económico; eran
también científicos, médicos, humanistas… Representaban el I+D peninsular de la época. Los Reyes Católicos nunca renegaron de
ellos. Desde el extraordinario oculista que operó de cataratas a Juan, padre de
Fernando, devolviéndole la vista, al célebre ginecólogo de Isabel, Lorenzo
Badoz, muchos de sus colaboradores u hombres de confianza seguían siendo judíos.